¿Cómo no me voy a acordar? Esas cosas nunca se olvidan, especialmente, sabiendo de quien se trata. Me acuerdo que era de pelo negro y liso y de piel blanca, lo demás no importa ahora. Yo estaba sentado en las escaleras después de salir de una clase aburrida, habíamos salido más temprano y me quedé esperando algo, no se qué, seguro que nada. Dijo “permiso”; yo estaba estorbando el paso y entonces me quite diciendo: “sigue” y siguió ella con un “gracias” que me llegó hasta donde llegan ese tipo de voces. Yo quise mirar pero me abstuve y seguí viendo el piso de piedritas. Esa fue la primera vez que la vi.
Claro, de pronto dentro de ocho días la iba a volver a ver y así fue, estaba otra vez en esa clase y le dije al profesor que si podía salir veinte minutos antes ya que tenía una cita importante. Otra vez me senté en el mismo sitio viendo las mismas piedras, y me vestí igual que la vez pasada; anhelando que ella me reconociera. Pasaron más de veinte minutos, ya me tocaba ir a la otra clase. Cuando ya me disponía a pararme, apareció, sentí un vacío, ella me vio un momento y cruzó por un lado; iba de afán. Esta vez sí giré la cabeza por un momento muy breve.
Ocho días después, estaba desesperado buscando la camisa que tenía que ponerme; no aparecía por ningún lado, pero bueno, igual ya me había visto la cara, por eso busqué una camisa del mismo color y me fui para la universidad. Esa vez no entré a la clase sino que llegué directo del bus a las escaleras a esperar, y esa vez procure sentarme de tal forma que no quedara ningún hueco, incluso, atravesé la maleta para asegurarme más de bloquear toda posibilidad de pasar. Ahí estaba otra vez; iluminando ese pasillo tan oscuro. Subió y me miró diciendo esta vez un frío y horrible “perdón”, no como el primer “permiso” lleno y profundo. Yo me apresure a darle paso, ella pasó sin decir nada y se perdió de mi vista que no la abandonó ni un segundo.
A la semana, ahí estaba otra vez yo, expectante, como si estuviera sentado en una tribuna. Esta vez apareció con una amiga, las dos iban hablando y riendo. Cuando llegaron ante mí, la amiga dijo “permiso”, yo me quité y ambas pasaron; “la gente no aprende para que son las escaleras” dijo Ella en un tono punzante; sentí que la garganta se me encogía y sus risas se me enterraban en el estomago, creo que hasta me puse pálido. No supe que hacer, me quedé sentado mirando las piedritas y de repente sentí una mano pesada que me tocaba la espalda; “¡Señor!, que milagro verlo”, era el profesor. Ese día tampoco entré, le di excusas tan inútiles, que ahora no me acuerdo.
A los ocho días no me dieron ganas de sentarme en las escaleras; entré a clase y me quedé hasta el final, bajé las escaleras muy rápido y me subí al bus sin esperar a nadie
José Luís Linero Correa
2004 Bogotá, Colombia
No hay comentarios:
Publicar un comentario