El bus número dieciocho de latón oxidado, avanzaba con dificultad por la trocha amarilla y polvorienta que conducía a la que alguna vez fue la prisión más olvidada sobre la tierra. Aquella extinta prisión de máxima seguridad, era un complejo de miles de metros cuadrados enclavado en el desierto. Era una prisión desconocida para el mundo, y llegar a ella, suponía una gran travesía de horas infinitas.
Dentro de aquel bus adornado de asientos ajados y en un concierto de tornillos desprendidos, iban sólo dos personas; Raúl, quien estaba encadenado a un gran tubo horizontal que atravesaba el interior del vehículo de principio a fin, y Pedro, un chofer entrenado para todo tipo de artimañas defensivas y ofensivas que, durante todo el trayecto, había permanecido en silencio, conduciendo con una inexpresividad casi inverosímil.
Raúl, cautivo, miraba por la ventana la gran nube de polvo que se alzaba en torno a aquel vehículo y, después de varios suspiros intencionados, aclaró su garganta y comenzó a hablar: -¡Por fin voy a la libertad! No como el polvo que no es libre; porque depende de las llantas de este bus para moverse, no se mueve a voluntad sino que es esclavo del neumático. Yo voy a la cárcel, a la clausura. Para muchos eso no es libertad, el encierro es el antónimo de libertad, pero para mí, es el sinónimo.- Raúl se inquietó y le gritó a Pedro que conducía con la misma actitud de siempre. - ¿Tengo o no razón? – La pregunta de Raúl quedó en el aire ya que Pedro no se afectó. Raúl continuó hablando – En fin, mi libertad es mía y mi libertad, pobrecita, no es libre porque yo la atrapé y la sometí. ¡Pobrecita, pobre libertad!-
Raúl se quedó en silencio mirando por la ventana al desierto uniforme que lo acompañaba desde la noche anterior, volvió a hablar, - Queda poco tiempo, ya casi voy a llegar; casi no me aguanto las ganas de no volver a ver esta maldita luz. Quiero sentir el frio, ver mis paredes, sentarme en mi silla de metal helado ¡Quiero mi vida!-. Raúl rió por varios minutos de forma incontrolada, mas Pedro, seguía igual; en silencio. Cuando Raúl se calmó, siguió con su monólogo. –Duré un mes como esclavo, fuera de la cárcel. Muchos me decían: “estás en libertad”, pero ¡Mentira! Me sacaron de la libertad y me arrojaron al sufrimiento, a la esclavitud del no encierro. No lo soporté, por eso tuve que hacer lo que hice ¡Amada puñalada y muerte que me hiciste libre! El polvo no puede elegir.
Raúl se miraba los dedos sucios mientras decía: - La libertad es como la huella digital que me hacen poner en esos papeles, así es. La suma de todas las libertades que andan por ahí, crean la libertad única. La diferencia entre las libertades digitales y la libertad única, es que las libertades esas no son libres porque nosotros las subyugamos pero, la libertad única, sí es libre porque es libre de ser o significar lo que ella quiera.
El sonido impetuoso de los frenos del bus, truncó la tranquilidad eterna del desierto e interrumpió el discurso de Raúl. Dentro del bus, Pedro se levantó de su asiento y, empuñando un revolver que apuntó a Raúl, gritó con una voz entumida y oxidada como las latas del bus: - ¡Cállate maldito criminal! Si vuelves a hablar, te doy un tiro en la boca. –
Pedro, con la misma actitud tranquila de antes, retomó el volante. Raúl quedó en silencio inundado de satisfacción y, suavemente se escapaba de sus labios regocijados: ¡Esto es libertad!
JOSE LUIS LINERO, 2008
Bogotá, Colombia
miércoles, 3 de febrero de 2010
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